Dicho sea de paso: Desvergüenza e ineptitud.

Por Fernando Urbano Castillo Pacheco.

A todos mis lectores, con mi agradecimiento por haber permitido que este espacio cumpla sus primeros ocho años.

En su libro Después del milagro, Héctor Aguilar Camín dice que «Azteca, colonial, decimonónica o revolucionaria, la organización política de México siempre construyó en su cúpula, de distintos modos, la similar versión de un hombre fuerte, encarnación institucional o espúrea del poder absoluto, dispensador de bienes y males: padre, árbitro, verdugo» y más adelante hace una anotación terrible y actual: «a los presidentes mexicanos de hoy los envuelven las sombras convergentes del desprestigio y la ineficacia».

Me parecen muy precisas y vigentes las anotaciones del historiador nacido en Chetumal, Quintana Roo y es que es claro, que los mexicanos, cada seis años, cuando elegimos un presidente, tenemos la idea de que será un hombre poderoso, salvador y castigador y durante los seis años siguientes a la elección vamos sufriendo decepciones -a veces más rápido, a veces más lento- producto de las promesas incumplidas y de que su actuar no es como nosotros esperamos. Hoy los mexicanos estamos decepcionados de un presidente desprestigiado, desvergonzado e inepto, que quiere sólo lo bueno para México, pero bien que lo está jodiendo.

La realidad de este país no está en los discursos ni en los datos a modo de los que se quiere colgar el presidente Peña Nieto. La realidad es de pobreza, inseguridad, desconfianza y un ejercicio absurdo, estúpido y abusivo del poder que la minoría más grande de mexicanos le confió en el 2012 a Enrique Peña Nieto.

Día con día van surgiendo datos que el gobierno del presidente quiere difundir como logros de una gestión que no tiene nada que presumir, pero si vemos el contexto de esos datos, el gobierno tiene mucho de que avergonzarse.

Hace ya unas semanas se publicó el reporte del Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial. Con bombo y platillo se presumió que avanzamos seis lugares, del 57 al 51 y se decía que era muestra de la eficacia de un gobierno que estaba moviendo a México. No me había detenido a ver los datos completos del índice hasta hace unos días, pero viendo la totalidad de los indicadores notaremos que donde se dió el mayor avance fue en la eficacia del mercado de bienes y en capacidades tecnológicas, en donde tiene muy poca influencia el gobierno, y que son logros atribuibles a una sociedad que se esfuerza, que trabaja y que todos los días se parte el alma y logra que este país siga avanzando, con sus políticos, sin sus políticos y a pesar de sus políticos.

En la parte que mide la actividad gubernamental de ese índice, en el pilar de Instituciones, donde se consideran aspectos como derechos de propiedad, protección a la propiedad intelectual, ineficiencia del gasto público, crimen organizado, entre otros, nos rezagamos al lugar 116 de 138 países evaluados.

De acuerdo a este reporte, publicado por la institución a cuyo foro en Davos va cada año -muy gustosa- la clase política, México ocupó el lugar 135 de 138 en costo para los negocios por el crimen y la violencia, el 130 entre los que más se paga por seguridad, el 125 en la confianza en los políticos y el 124 en el favoritismo de las decisiones del gobierno. Nada de lo que se pueda sentir orgulloso el presidente.

Este gobierno tiene una grave carencia de estrategia y de estrategas. No se ve una persona que tome el liderazgo e implante una buena idea. Son las mismas personas de un gabinete ineficaz que van cambiando de un puesto a otro, comprometiendo las áreas del Estado que más necesitan fortalecerse. Es preocupante que Enrique Peña Nieto no haya entendido que hay áreas del gobierno donde el presidente puede determinar la orientación de la gestión: las cuestiones diplomáticas, la política de desarrollo social, la estrategia de seguridad pública o la defensa nacional, pero la procuración de justicia y la vigilancia del servicio público no pueden cambiar su dinámica a capricho del presidente. Las reformas que crean la Fiscalía General de la República y el Sistema Nacional Anticorrupción buscaron establecer, para el fiscal y los miembros de este sistema, un perfil que no tuviera, en la medida de lo posible, lazos políticos sólidos con el ejecutivo en turno para que los procesos de investigación no atendieran a ningún compromiso más que el de la búsqueda de la verdad y la procuración de la justicia. La designación y ratificación de Raúl Cervantes y Arely Gómez es muestra de que los principios con los que se crearon estas instituciones se han reducido a la categoría de «Tomada de Pelo» por parte de la clase política de todos los partidos, y han reducido al Congreso de la Unión a una mera oficina de trámite.

La fuerza corruptora del PRI ha logrado la manipulación de las Cámaras de un Congreso que, con una enorme fuerza legal, ha perdido calidad moral al someterse a los designios de un presidente incapaz.

Inquietan esas propuestas que hoy pretenden modificar el sistema político para integrar gobiernos de coalición. No son propuestas innovadoras ni reformistas, son nuevas estrategias de un partido, el PRI, que busca mantener el poder porque para eso fue creado, para mantenerlo y no para conquistarlo. La propuesta beltronista y el reparto de las instituciones que hemos estado viendo, sólo dejan algo claro: el PRI quiere cómplices, no testigos. El extraño enriquecimiento de Ricardo Anaya nos dice que, quizá, los está consiguiendo.

La legitimidad presidencial en una democracia no puede provenir de un arreglo entre cúpulas, eso nos convertiría en una oligarquía. La gobernabilidad debe de surgir de un respaldo social sólido. Pensar en una segunda vuelta electoral no es algo descabellado, pero los priístas y los lopezobradoristas le temen, pues el rechazo que generan el partido y el caudillo les aseguran la derrota.

Hoy México está jodido y a México lo están jodiendo. La volatilidad económica es mundial, pero la crisis es mexicana y en mucho se debe a políticas mal diseñadas y pésimamente implementadas en este sexenio. Las reformas estructurales se sostuvieron con premisas incorrectas y se promovieron con lo que hoy se ve, fueron mentiras.

La reforma fiscal sólo siguió intereses recaudatorios, frenó el crecimiento y afectó al sector privado. Los ingresos del gobierno se siguen sosteniendo a partir de exprimir a los contribuyentes de siempre.

Un cálculo de José Torra y Adolfo Gutiérrez indican que una persona que gana 8,000 pesos al mes, transfiere 3,456 pesos al gobierno. Según Armando Regil, de la recaudación total de ISR, 87.4 por ciento es aportado por la clase media, los que ganan menos de 18,468 pesos al mes y se estima que sólo el 19.67 por ciento de la población paga el impuesto sobre la renta. La única forma de lograr un crecimiento sostenible es el ampliar la base de contribuyentes y reducir los gastos fiscales. Se necesita crear condiciones económicas que favorezcan la competitividad. Tenemos muchos impuestos y pagamos mucho por ellos. No podemos tener ocurrencias fiscales como el impuesto a refrescos y alimentos de alto contenido calórico, que no ha tenido mayor logro que el de llenar las arcas de un gobierno ineficiente, le ha quitado dinero a los más pobres y ha sido un fracaso en su propósito específico, pues no ha desincentivado el consumo de estos productos, a la vez que los recursos obtenidos no se han aplicado en el desarrollo e implementación de una política pública que favorezca una alimentación más sana y una vida más activa, para lograr que se quemen las calorías que se consumen; el equilibrio calórico, vaya.

Sin una política fiscal seria, seguiremos resintiendo con fuerza los efectos de la volatilidad económica mundial. No podemos seguir con ocurrencias como el inventar ingresos aumentando los valores de las variables. Supina estupidez cuando la credibilidad fiscal de México está por los suelos. Los mercados ya anticipan una degradación de la calificación crediticia de México. El aumento en el costo de aseguramiento de la deuda mexicana a través de los instrumentos conocidos como Credit Default Swaps son muestra de ello y parte de la confirmación de una política fiscal inadecuada.

La reforma hacendaria de 2013 fue propuesta bajo la premisa de incrementar el gasto público e impulsar el crecimiento económico. Mentira total, año tras año nos anuncian recortes presupuestales, deuda que crece y una total opacidad, donde, por ejemplo, en el periodo enero – septiembre de este año, la Presidencia de la República tiene sobrejercicio de 63.4 por ciento, la Secretaría de Turismo de 50.7 por ciento y la Secretaría de Hacienda de once mil millones de pesos, mientras que el crecimiento económico difícilmente pasará de un mediocre 2 por ciento en el año.

La reforma energética ha sido muy mal implementada y llegó tarde. El 12 de agosto de 2013, el presidente decía que una vez aprobada la reforma se crearían cientos de empleos nuevos, bajaría el precio de la luz y el gas. A tres años parece que todo fue una mentira. La energía eléctrica para la industria ha incrementado su precio en un 30 por ciento sólo en el periodo noviembre 2015 a noviembre 2016 y eso ha aumentado los costos al productor. Una parte de ese aumento se trasladó al ciudadano de a pie, con el incremento en los precios al consumidor; otra la ha absorbido el sector privado, pero ha disminuido con ello su capacidad de crear empleos.

Los combustibles son caros debido a una enorme carga impositiva que, al cobrarse completa el próximo año, por la liberalización de los precios de las gasolinas, incrementará el precio de estas notablemente y eso repercutirá en aumentos en otros productos.

El gobierno de la República insiste en que el IEPS a gasolinas que se cobra en nuestro país está en línea con el de Estados Unidos, y es cierto, la diferencia es de alrededor de un peso, pero la diferencia en ingresos es monumental: mientras que el ingreso promedio anual por hogar en México es de 4,778 dólares, en el vecino país es de 30,473 dólares, por lo que al considerar este impuesto como proporción del ingreso resulta impresionantemente alto.

Decía Octavio Paz que el presidente de México puede hacer todo el mal que quiera, pero aunque quiera, apenas si puede hacer el bien. Enrique Peña Nieto asegura que no piensa en joder a México y yo le creo. Para ser malo se necesita mucha inteligencia y él no la tiene. El problema es que su incompetencia inconsciente es la que daña al país; no sabe que no sabe, no entiende que no entiende. No es malo, es inepto.

Este gobierno no va a cambiar el país ni a enderezar la ruta, ese es trabajo de la próxima o el próximo presidente. La genética de un priísta está tan arraigada en ellos que a pesar de doce años fuera del poder no abandonaron sus mañas. El PRI no aprendió nada; El PRI no olvidó nada.

La responsabilidad de los ciudadanos está en no volver a elegir mal y no entronizar a otro priísta, se pinte del color del que se pinte.

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